Diosa del amor, bella Afrodita,
envía a tus palomas a mi casa
para que recojan las rosas y los mirtos,
que de tanto llorar languidecen,
siendo como son, flores enamoradas,
que reposan en el más bello jarrón
del que no pueden huir,
porque ningún Dios del Olimpo
asó embellecerlas con piernas,
para, así, poder disfrutar en libertad
por los más olorosos jardines
del parnaso real o imaginario,
que a veces, los poetas inventamos,
en ésos días cargados de angustias o de alegrías,
producto de quereres impasibles,
que la imaginación hace reales
cuando la auténtica realidad recrudece,
lo íntimo, lo sagrado, lo oculto,
lo tangible, lo divino, lo más bello,
que nada ni nadie pudo igualar:
El amor sincero, que nace en lo profundo,
en el alma del corazón, aunque a veces,
como las rosas también tenga espinas,
si se aceptan éstas…
¿por qué no aceptamos las espinas de los humanos?
Me gustaría ser Circe, para dotar de pies y manos
a las olorosas flores del jardín de mi memoria,
para que pasearan radiantes
por el valle de tu cuerpo.
Mª del Carmen Estévez